Capítulo 5 Capítulo 5
—¡Duele! Lucían, suéltame —protestó ella, forcejeando.
—¿Quién fue ese hijo de puta? —rugió Lucían, fuera de sí.
Selene sintió un miedo frío recorrerle la espalda. La mirada de Lucían era demente, cargada de rabia desbordada. Ejerciendo tanta fuerza, parecía dispuesto a arrancarle el cuero cabelludo.
—¿Qué quieres, Lucían? ¿Matarme? —se burló ella, desesperada, usando la ironía como única defensa—. ¡Pues sí! Me follé a otro hombre, y fue una jodida maravilla. Aunque tú no me quieras, hay otros que me desean.
La bofetada llegó tan rápido que apenas la vio venir. La cara le ardió, el sonido seco retumbó en el salón. Selene giró el rostro, pero no derramó ni una lágrima.
—¡Puta! —escupió Lucían.
Selene lo miró entonces con una mezcla de odio y desprecio. Le sonrió de lado, aunque por dentro estuviera rota.
—Lucían… ya que te niegas a divorciarte de mí, nos tendremos que poner los cuernos mutuamente.
Y esa fue una promesa. Porque por primera vez, Selene ya no pensaba huir. Esta vez iba a quedarse… y cobrar cada humillación con intereses.
—Esto no acabará así. ¡Ten cuidado para que no atrape a tu puto amante! —advirtió Lucían, su risa llena de odio rebotando en las paredes de la casa.
Selene lo miró en silencio, y en su interior se burló de él. “Veremos, ¿eh? ¡Venga! ¡Ya que es tu propio tío!” pensó, pero no dijo nada. Lucían la miró una vez más antes de marcharse altivo, sin una sola palabra más.
El portazo que dio al salir resonó por toda la casa, rompiendo cualquier vestigio de paz interna que pudiera haber tenido. Selene se apoyó en la barandilla para calmarse, el cuerpo tembloroso, no solo de dolor físico por la bofetada, sino también del dolor emocional que la hería profundamente.
No solamente le dolía la cara, sino también el corazón.
Se rió de sí misma, un sonido vacío, antes de subir lentamente las escaleras, sintiendo el peso de la carga emocional que la arrastraba. En el baño, la ducha fría le pegó con fuerza, como si el agua misma la estuviera castigando. Se quedó allí unos minutos, dejando que el chorro de agua helada la empapara completamente.
Más tarde, cerró la llave de la ducha con manos temblorosas. Se vistió rápidamente, sintiendo la ropa apretada sobre su piel, y se sirvió una taza de café caliente. Luego se acurrucó en la gran mecedora del balcón, mirando el horizonte, buscando algo en qué enfocar su mente.
De repente, el sonido del móvil vibrando en la mesa de cristal la sacó de su trance. Lo tomó, aún con la taza de café en la mano, y vio el mensaje. Con el nombre del remitente “Tío”. Selene lo miró, completamente impactada, y sin querer, derramó un poco de café caliente sobre su mano.
—¡Maldita sea! ¿Qué quiere ahora? —murmuró, enfadada.
Deslizó el dedo sobre la pantalla con furia, abriendo el mensaje, y vio que le pedía que agregara su contacto en Whatsapp.
“Vaya, me da órdenes, ¿Quién se cree? ¿Y si no me da la gana agregarlo?” pensó Selene, mientras pinchaba el nombre de Alaric como si estuviera aplastando su rostro.
No iba a agregar su Whatsapp, no pensaba ceder, pero Alaric, como siempre, parecía tener el don de la anticipación. En cuanto leyó su respuesta, un segundo mensaje llegó, esta vez avisándole sobre las consecuencias de no hacerlo.
—¡Imbécil! ¿Me estás amenazando? —Selene estalló, pero sabía que no podía contradecirlo, así que, furiosa, hizo lo que él quería y lo agregó.
En ese mismo instante, el teléfono vibró nuevamente. Selene lo tomó y vio una foto.
—¡Alaric Lancaster! —gritó, irritada, al ver la imagen que él había enviado: su espalda desnuda y la silueta de su cuerpo. Era una foto erótica.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —le envió un mensaje de voz, su ira conteniéndose a duras penas.
La voz de Alaric llegó distorsionada, pero era inconfundible, y tenía un tono aún más atractivo que de costumbre. Selene no tenía ganas de escucharle, y estaba al borde de estallar.
—¡A la mierda lo sexy! ¡Borra todas esas fotos ahora mismo! —ordenó, con voz firme, aunque el enojo la consumía.
—¿Con qué tono me hablas? —respondió Alaric, agravando su tono, como si hubiera notado la amenaza en su voz.
Selene respiró hondo para calmarse. La situación era desfavorable, pero no podía dejarse llevar. Si algo le había enseñado todo lo que había vivido con Lucían y Alaric era que debía controlarse.
—Alaric, querido tío Alaric, por favor —dijo, usando un tono irónicamente dulce que le hizo dar un escalofrío—. No te enfades con tu ignorante sobrina.
—¿Ah, sí? Pues no sabía que había sobrinas que se acostaban con sus tíos —respondió él con un toque de sarcasmo que heló a Selene por dentro.
“¡Selene, aguanta! Tienes que aguantar tu ira”, se dijo a sí misma, apretando los dientes.
—Alaric, lo siento. Por favor, elimina esas fotos, ya que son vergonzosas. ¿Qué pasaría si alguien viera esas fotos y se generara algún malentendido?
Alaric respondió con indiferencia.
—Eso depende de ti.
Y no dijo nada más. La conversación quedó suspendida en el aire, la amenaza implícita colgando sobre ella como una espada de Damocles.
Selene se quedó mirando la pantalla del teléfono, la tensión acumulada en su pecho. Sabía que había entrado en un juego peligroso, uno del que no podía escapar fácilmente. Pero también sabía que Alaric no se quedaría quieto. De alguna manera, él siempre iba a estar ahí, esperando el momento oportuno para sacar provecho de su debilidad.