Capítulo 4 Capítulo 4
—Investiga lo que pasó tras el matrimonio de Lucían y Selene —ordenó, su voz baja y autoritaria.
Apenas le tomó el tiempo de terminar el cigarrillo para recibir la información. La respuesta fue clara, directa… devastadora.
Lucían no había vuelto la noche de bodas. La había dejado sola. Y, peor aún, había estado con Ivy, la bastarda de los Stone.
Alaric entrecerró los ojos, recordando detalles de aquella boda. Recordó a Selene, con ese vestido blanco impecable y una sonrisa tan inocente que parecía fuera de lugar entre aquella familia de hienas. Y recordó a Lucían, que en su estupidez y arrogancia, la había entregado al vacío.
Golpeó suavemente la mesa con los dedos, irritado.
Así que anoche, la pequeña Selene había buscado consuelo en cualquier desconocido… y había terminado con él.
El robot doméstico lo sacó de sus pensamientos con un aviso.
—Mi señor, una persona no registrada intenta abrir la puerta.
Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, peligrosa.
¿Se quiere escapar?
Se levantó con parsimonia, sin molestarse en disimular su satisfacción.
Mientras tanto, Selene forcejeaba con la cerradura electrónica, sus manos temblorosas y su rostro pálido como el papel. Sus ojos vigilaban las escaleras, su pecho subía y bajaba con rapidez. La puerta no se abría.
—¿Por qué no se abre? —murmuró con desesperación.
Entonces, la voz grave de Alaric se deslizó detrás de ella, como una sombra envolvente.
—¿Quieres irte sin despedirte?
Selene se congeló.
Escuchó los pasos descendiendo con calma, uno tras otro, retumbando en su pecho como un tambor de guerra. Sintió su presencia antes de verlo, esa mezcla embriagadora de madera oscura y tabaco que parecía envolverlo.
Se detuvo tras ella, tan cerca que su aliento rozó la piel de su cuello.
—¿Por qué no me respondes? —susurró, con esa voz ronca que le hizo estremecerse.
Ella tragó saliva, sabiendo que no tenía escapatoria. Se giró lentamente, intentando reunir una dignidad que ya había perdido horas atrás.
—Alaric… ¿puedes olvidar lo de anoche? —pidió, con una sonrisa tensa y vulnerable.
Él ladeó la cabeza, contemplándola con la mirada depredadora de quien ya ha cobrado su pieza, pero no está dispuesto a dejarla marchar.
—¿Olvidarlo? —repitió, con una sonrisa fría que la hizo temblar.
Su mano se deslizó hasta atrapar un mechón húmedo de su cabello, jugueteando con él entre los dedos.
—Lo siento, Selene. Pero anoche no fue un error para mí.
Ella sintió las piernas flaquear bajo su peso.
Dios… ¿cómo salgo de esta?
Y en ese instante, Selene supo que su vida había cambiado para siempre… y que con Alaric Lancaster, un solo error podía costarle mucho más que su inocencia.
—¿Por qué? ¿No temes que lo sepan? —preguntó Selene.
—No —respondió Alaric sin dudar.
A Alaric no le importaba en absoluto la reputación de la familia Lancaster. Es más, si podía difamarla, le resultaría hasta placentero. Selene lo supo con certeza en ese momento. Lo leyó en su mirada arrogante, en ese brillo perverso que dan las personas que disfrutan del caos ajeno.
Mordiéndose el labio inferior, Selene se atrevió a preguntar:
—Entonces… ¿qué quieres a cambio para comprar tu silencio?
Alaric se acercó hasta ella, tan cerca que su aliento le rozó la piel. Le lamió la oreja de forma ambigua, disfrutando del escalofrío que provocaba en el cuerpo de Selene.
—Lo daremos por finalizado cuando me canse de follarte —susurró sin prisa.
«Dios sabrá cuándo será ese momento», pensó ella, cerrando los ojos un segundo, sintiendo una mezcla de temor, furia y resignación.
—Sí, pero… nuestra relación debe mantenerse oculta —advirtió, aunque su voz tembló ligeramente.
Selene no podía adivinar qué pasaba por la mente de Alaric, pero cuando este asintió con la cabeza, supo que no había marcha atrás. No tenía forma de deshacerse de él, así que tuvo que aceptar las condiciones de aquel juego sucio.
Además, si Lucían podía acostarse descaradamente con Ivy, ¿por qué ella no iba a poder tener a Alaric como amante? ¿Por qué debía quedarse como la esposa sumisa y humillada?
—Vale —dijo Selene, mordiéndose el orgullo.
Alaric se comprometió a no contar lo ocurrido, pero dejó claro que no sería su culpa si alguien lo descubría. Luego, la soltó con desgano, como quien libera un juguete después de usarlo, y extendió la mano.
—Dame tu móvil.
Selene obedeció, se lo pasó sin decir una palabra. Alaric anotó su número y lo guardó bajo el nombre de Tío. Se lo devolvió con una sonrisa maliciosa.
—Es mi número. Tienes que venir cada vez que te llame.
—Vale —respondió Selene con falsa calma.
Tomó el móvil y le indicó con un gesto que abriera la puerta.
—Tengo que volver.
—Gordon —llamó Alaric en voz alta.
Desde una esquina del salón apareció sigilosamente un robot doméstico idéntico al que usaba en su estudio. Se acercó a Selene y, tras un escaneo rápido, habló con su voz mecánica:
—Hermosa señora, esperamos su próxima visita.
La puerta se abrió y Selene se marchó a toda prisa, sin despedirse, sin mirar atrás. Solo quería alejarse de esa casa, de ese hombre y de todo lo que había pasado.
Cuando finalmente se alejó, respiró aliviada. Tardó una hora en llegar a su vivienda matrimonial en la Villa Real. Iba vestida con un chándal enorme de Alaric, porque su ropa había quedado destrozada tras la noche insaciable.
Al entrar, la voz de Lucían la sorprendió.
—Selene, ¿a dónde fuiste anoche?
Ella se quedó helada. El corazón se le disparó en el pecho. Lucían jamás estaba en casa a esas horas. Siempre regresaba de madrugada… y con Ivy.
—Lucían… ¿por qué estás en casa? —preguntó, olvidando por completo que aún llevaba la ropa de otro hombre.
Lucían la miró de arriba abajo. Sus ojos se oscurecieron y su expresión se tornó salvaje, feroz, como la de un depredador herido.
—¿De quién es esta ropa? Selene… ¿ya no vas a fingir más? ¡Vaya! Cuando salgo con Ivy, tú te vas directo a buscar a tu amante, ¿no?
Se puso de pie de un salto y la tomó bruscamente del cabello, obligándola a mirarlo a los ojos.