Capítulo 3 Capítulo 3

—¡No tiene nada que ver contigo! —dije, tratando de zafarme de sus brazos, pero era inútil.

La fuerza de aquel hombre no era normal, y su olor… por la Luna, su olor me envolvía como un veneno dulce que me hacía perder fuerzas.

—Ya es tarde para arrepentirse —murmuró Alaric, su sonrisa torcida, peligrosa, oscura.

Antes de que pudiera decir nada, sujetó mi barbilla con firmeza y me besó.

Nada que ver con ese beso torpe y desesperado que yo le había dado. No. Ese beso era fuego, posesivo, hambriento. Sentí cómo su lengua invadía mi boca y me dominaba sin permiso, como si me recordara que a partir de ese momento, no había vuelta atrás.

Me odié por corresponder.

No sé cómo terminamos en ese dormitorio. Solo recuerdo su cuerpo contra el mío, sus manos recorriéndome como si fueran dueñas de cada centímetro de mi piel. Nuestros cuerpos ardían, chocaban, se aferraban como si quisiéramos destrozarnos y salvarnos al mismo tiempo.

Las respiraciones fuertes, los gemidos desvergonzados, la cama crujiendo, todo era una tormenta desatada.

Una tormenta que duró… toda la maldita noche.

Me desperté con los ojos pesados, la cabeza palpitante y el cuerpo adolorido. Apenas podía enfocar, aún estaba borracha, pero vi su rostro.

El rostro que tantas veces había deseado que me mirara así, entre sábanas.

—Lucían… —susurré, con las lágrimas quemándome los ojos.

Mi corazón se estrujó al decirlo. Lo dije otra vez.

—Lucían… Lucían…

Las imágenes de anoche borrosas, pero creía que era él. Por fin. Por fin abrazándome, por fin deseándome.

Pero entonces la voz me cortó el aire.

—Selene —fría, autoritaria—, abre los ojos y mira quién soy.

Sentí su mano sujetarme la barbilla, obligándome a verlo.

Abrí los ojos sin querer.

Y no era Lucían.

El golpe de la verdad me dejó sin aliento.

Aun así, mi lengua, traicionera, volvió a pronunciar ese nombre maldito.

—Lucían…

El hombre apretó los dientes.

—¡Maldita sea! —gruñó, golpeando con fuerza la cama antes de cargarme en brazos.

Ni siquiera protesté. Me sentía fuera de mí. Lo siguiente que supe es que estaba en una bañera enorme, con él metido también.

El agua tibia, la espuma, sus manos lavándome con torpeza… era surreal.

Yo solo quería hundirme.

No dijo nada más. Me secó, me envolvió y me llevó de nuevo a la cama.

—Ya hablaremos cuando estés más consciente —escuché su voz antes de que me abrazara y cayera rendida.

Desperté en la tarde.

La luz suave se filtraba por las cortinas. Sentí el cuerpo a mi lado. Musculoso, fuerte, varonil. Vi cómo el sol delineaba cada músculo perfecto de su espalda.

Las escenas de anoche volvieron como una maldita película.

Y recordé haber visto a…

—¡Lucían! —dije.

Pero la sonrisa se me congeló cuando ese hombre se giró.

No.

No era Lucían.

—¿Quién… quién eres tú? —susurré, cubriéndome con la sábana.

El pánico me invadió.

—¿Te acostaste conmigo y ahora no lo quieres reconocer? Qué cruel eres —se burló él, con esa sonrisa ladina que me hizo querer abofetearlo y besarlo al mismo tiempo.

Se incorporó, y lo juro, la perfección de su cuerpo me hizo apartar la mirada de inmediato.

—Si incluso hemos hecho el amor… ¿de qué te avergüenzas? —se acercó, su mirada clavada en la mía.

—¡Cállate! —gruñí, furiosa y humillada.

Lo miré bien.

Sus facciones. Esa leve semejanza.

Y entonces, el horror me golpeó.

—Tú eres… Alaric… —me atraganté, el corazón a mil—. ¡Eres el tío de mi esposo!

Él sonrió, malicioso, satisfecho.

Atrapó mi barbilla otra vez y me obligó a acercarme.

—¿Ya recuerdas quién soy? —su voz profunda y burlona me hizo estremecer—. Sí, soy el tío de Lucían —dijo, y noté en su mirada ese brillo peligroso de quien disfrutaba demasiado la situación.

Alaric… maldita sea.

Cuanto más se acercaba, más rígida me sentía. El corazón me golpeaba las costillas con fuerza. Tragué saliva, pegada contra la pared, como si eso pudiera protegerme de su cercanía.

—No esperaba que siguieras siendo virgen tras haberte casado un año y medio con Lucían —soltó, con esa sonrisa torcida que me revolvía el estómago y no precisamente de repulsión—. ¿Debo alegrarme por eso, Selene?

El mundo se me vino abajo.

Recordé la primera vez que lo vi…

El día de mi boda. Entre la multitud, entre los Lancaster y los Stone… él. Ese hombre de traje negro, arrogante, que no se molestó en felicitarme. Era un tabú en la familia, un nombre que apenas se susurraba.

Alaric Lancaster.

—¿No estabas en el extranjero? —logré balbucear.

—Lamentablemente —arqueó una ceja, divertido—, acabo de regresar anoche.

Me explicó con total naturalidad que había quedado con un amigo en el Bar MC tras aterrizar. El mismo bar. La misma noche. El mismo error.

¡¿Qué he hecho?!

¡Me he acostado con el tío de Lucían!

La náusea me golpeó. Lo empujé para apartarlo, desesperada por poner distancia, pero mis pies torpes resbalaron con la colcha y caí al suelo de golpe.

—¿Te has hecho daño? Qué despistada —suspiró él, agachándose para ayudarme.

Pero reaccioné rápido. Me zafé como una liebre asustada y me lancé al baño.

—Voy a… a ducharme —balbuceé antes de cerrar la puerta de golpe y echar el pestillo.

Apoyé la espalda contra la puerta, resoplando, y avancé de forma rígida hasta la ducha. Abrí el grifo de agua fría al máximo, dejando que el agua helada me empapara.

Golpeé la cabeza contra la pared con frustración.

¿Qué has hecho, Selene? ¿Cómo vas a mirar a Alaric a la cara después de esto? ¿Cómo vas a mirar a Lucían?

Narrador

Mientras Selene se ocultaba bajo la ducha, con el agua fría resbalando por su piel y su respiración agitada rebotando contra los azulejos, en la habitación contigua Alaric recogía las sábanas. Sus dedos largos y firmes se deslizaron por la tela, manchada con el rastro carmesí de su primera vez. La prueba de lo que había perdido… y de lo que él había tomado.

Sin expresión aparente, dobló la tela manchada y la dejó a un lado antes de entrar en el estudio. Encendió un cigarrillo con la calma de quien no tiene prisa, de quien sabe que el juego apenas comienza. Dio una calada profunda, exhalando humo en la semioscuridad de la estancia, y marcó un número.

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