Capítulo 40

SAINT.

Salí, ajustando los puños de mi camisa de seda negra. Una rápida mirada en el espejo del parasol del pasajero y apenas reconocí al bastardo que me devolvía la mirada.

La cera en mi cabello se había endurecido en una costra mate, pegando los mechones contra mi cuero cabelludo. El color —marr...

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