NO SOY ELLA, ¿PODRÍAS AMARME?

NO SOY ELLA, ¿PODRÍAS AMARME?

MARIAM BOCETYMARIAM BOCETY

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Capítulo 1 — Esta no es mi historia

Me miré por última vez en el espejo.

Ajusté el broche de diamantes en mi cabello, asegurándome de que ni un solo mechón estuviera fuera de lugar del moño apretado que me habían impuesto. El vestido—ajustado en el pecho, hecho de tela de satén y adornado con cristales—parecía hecho para una princesa. O una mártir.

Verme así... tan pálida, tan impecable, tan desconocida... era como mirar a una extraña.

No sabía si me dirigía a una boda... o a un funeral.

Las emociones que se suponía debía sentir—nerviosismo, emoción, anticipación—no estaban ahí.

Solo silencio.

Una incomodidad vacía.

La certeza de que estaba cruzando un umbral hacia una vida que no era mía.

Hoy es el día de mi boda con un hombre que no amo.

Un hombre que apenas me ha mirado sin frialdad. Que no pronuncia mi nombre con afecto ni habla de nuestro futuro con sueños. Me caso con él por un acuerdo, una obligación, un apellido. Como suplente de mi hermana.

Pero el problema no empezó aquí.

Comenzó mucho antes.

Con una llamada telefónica.

Con un accidente.

Con la decisión de seguir siendo la sombra de quien siempre brilló.

Mi nombre es Aurora Black.

Tengo veinticinco años, aunque desde hace semanas siento que he vivido cien.

En mi familia, se espera el éxito. Las emociones se ven como debilidades. Los errores son imperdonables. Mi padre dirige una de las compañías químicas más importantes de Nueva York, y mi madre... bueno, mi madre decora la perfección con gestos precisos, como si toda nuestra existencia fuera una vitrina que nunca puede mancharse.

Mi vida no era perfecta, pero al menos era mía.

Estudiaba Arte. Enseñaba pintura a niños desfavorecidos. Pasaba mis días rodeada de pinceles y colores, creando mundos donde nadie me pedía ser otra cosa. En ese caos, mi caos, era libre. Auténtica. Completa.

Hasta que Bella... lo cambió todo.

Bella es mi hermana. Mi gemela.

Nació cinco minutos antes que yo y nunca me dejó olvidarlo. Bella era como el fuego. Una tormenta en forma de mujer. Le encantaban las carreras ilegales, las fiestas interminables y los hombres peligrosos. Tenía una energía que hacía que todos la miraran... incluso cuando arriesgaba demasiado.

La amaba profundamente.

Dios sabe cuánto la amaba.

A pesar de nuestras diferencias. A pesar de las comparaciones. A pesar de cuántas veces me sentí invisible a su lado.

La última vez que la vi, caminábamos por el pasillo hacia el comedor, como cada mañana. Todavía tenía restos de maquillaje en los párpados y su cabello estaba recogido de manera desordenada. Se veía cansada, despeinada... y aún hermosa. Siempre lo era. Incluso en su peor momento.

—¿Buena fiesta? —pregunté medio en broma.

—Increíble. Gané la carrera —respondió, como si no fuera nada fuera de lo común.

—Deberías dejar de hacer esas cosas. Un día te vas a lastimar.

—¿Y cuándo vas a empezar a vivir? —dijo con una sonrisa torcida.

Esa fue la última vez que discutimos.

La última vez que reímos.

La última vez que respiramos el mismo aire sin un hospital entre nosotros.

La llamada llegó al día siguiente.

Papá.

Su voz estaba rota.

Bella.

Tuvo un accidente.

Corrí al hospital sin pensar. El trayecto fue solo el sonido de sirenas, semáforos rojos ignorados y un solo pensamiento resonando en mi cabeza: No, no, no. Por favor, que no sea grave. Por favor, que no sea grave.

Cuando llegué, encontré a Mamá en la sala de espera—destrozada.

Sus ojos rojos. Su camisa manchada de lágrimas. Sus manos aferradas a las mías como si todo dependiera de ese agarre.

—Está en coma —susurró. —El coche… dio varias vueltas. Fue una carrera imprudente. No debería haber… no debería haber ido.

Coma.

Esa palabra es peor que “muerte”. Porque ofrece esperanza—pero también te atrapa. Porque nadie sabe si es un descanso… o un final.

La vi acostada en la cama, rodeada de máquinas. Tan quieta, tan distante.

Mi hermana.

Mi otra mitad.

La tormenta… convertida en silencio.

Y entonces llegó él.

Un hombre alto, vestido de negro, con una mirada fría. Su nombre: Gael Moretti.

Un apellido que había escuchado demasiadas veces en conversaciones de las que nunca fui parte.

No sabía exactamente quién era. Pero algo en su presencia… en su frialdad… me inquietaba.

Papá habló con él en privado. Mamá no respondía mis preguntas.

Y en ese momento, supe que había más detrás del accidente.

Días después, lo confirmé.

Papá me llamó a su oficina.

Su tono era serio. Inquebrantable.

—Bella estaba comprometida —dijo. —Un acuerdo entre familias. Un compromiso que involucraba inversión.

Y ahora… con su condición… todo está en riesgo.

Me senté allí escuchando, sintiendo que mi mundo se desmoronaba.

Continuó.

—Moretti ha decidido proceder…

Con la boda.

Contigo.

—¿Qué? —susurré. —¿Quieres que me case con el prometido de mi hermana? ¿Pretendiendo ser ella?

—No será un engaño. Será un ajuste. Él ya sabe. Serás su esposa. Lo que importa es el apellido. El acuerdo.

Lo que importa es el acuerdo.

No el amor.

No la verdad.

No yo.

Acepté.

No porque estuviera de acuerdo, sino porque Mamá me lo suplicó con los ojos. Porque Bella seguía en coma y alguien tenía que salvar a la familia.

Y ahora estoy aquí.

Frente al espejo.

Vestida de blanco.

En ese momento, mi esposo todavía amaba profundamente a mi hermana.

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